miércoles, 15 de noviembre de 2017

La poesía, esparcida, como siempre.

Estoy dejando mi ropa fuera del cajón de la mesilla de noche donde guardaba tu amuleto,
tengo un caudal de sueños que achicar
y poco tiempo.

Hace un año andaba con el miedo en las costillas,
ahora lo modifico y uso como incentivo para volar. 

¿Sabes?
Todo este tiempo ha sido precioso no saber de ti, 
poder mirarme a los ojos desde el otro lado del reflejo
y decirme que sí,
que yo sí me quiero. 
Me he colgado margaritas en el pelo,
me he comprado un vestido
y he bailado con los galgos abandonados
mientras un borracho perdía otra vez la duda
de si su vida sería realmente suya.

Yo también he pensado en eso,
en si mi vida sería mía,
mía de verdad quiero decir,
a efectos prácticos no sólo de respirar,
sino de sonreír;
y he elegido quedarme en esta piel
sin que me importen las humedades,
incluso recreándome en cada charco.

Ha pasado un año.
Sigo teniendo miedo,
al igual que a los 16, los 15 o los 13,
no ha cambiado eso.
He cambiado yo,
ha cambiado donde dejo el dolor 
cuando me empiezan a picar los ojos,
ha cambiado lo de aceptarme también ahí,
en los rotos,
y lo de dejar de buscar a alguien para que lo entienda.

Me entiendo yo, amor,
y al amor, por suerte, todavía nadie no.

He salido a la calle a respirar ciudad y anonimato
y he sonreído con la mirada cómplice que tejían dos extraños,
con el beso tímido del primer amor de unos críos de 14 que se mecían en un banco,
y con la sonrisa de una anciana que llevaba a su nieta al parque para que jugara.

Lo bueno del planeta Tierra
es que, aunque a veces todo sea una mierda,
sabes que en verdad no es así;
que aunque estemos muy hasta el culo de injusticias,
la magia sigue suelta ahí fuera.

Ojalá lo entiendas.

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