a mis muertos hablando chascarrillos
en círculos.
Los muy descarados hablaban de mi
y de todo lo que me sangro
cuando decido dolerme.
Es difícil contenerme
a la vez
que soy contenido
y alcántara.
La luz del faro que alumbra la llama
es la misma que ilumina como el viento la apaga.
Las moras negras me recuerdan a mi infancia.
Iba yo con un bastón de mi abuelo
y un par de perros
dando golpes a las zarzas.
En parte buscaba moras,
en parte quería castigarlas
por arañarme las piernas.
Unas piernas de moratones,
barro y arañazos,
pero que no sabían de censurarse
y removerse las costras.
Unas piernas de niña funcionales,
no unas piernas de mujer hermosas
como las que contemplo ahora.
Yo tenía seis años
y la única preocupación diaria
de si en el abrevadero
podría coger renacuajos.
No idealizo mi infancia,
pues fue cruda y extraña
de múltiples formas;
pero ser mujer en el mundo ahora
me duele más de lo que palpas.
Sangro por mi y por mis compañeras,
más de la mitad del mundo
y con la historia a cuestas.
Y sólo estas heridas
y estos callos en las manos
para evitar que el futuro
se nos parezca al pasado.
De eso hablaban mis muertos,
de cómo he cambiado:
mi niña ha pasado a ser todas las guerreras
que habitan la tierra;
y eso trae dolor,
y por encima de lo amargo,
también ganas de seguir luchando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario