He vuelto a todas mis referencias
en poemas de naturaleza
para decir que vivir en la ciudad
es prescindir del asfalto.
Ay Madrid,
eres recurrir
a los trocitos de hierba
que te crecen por entre las grietas,
a los días de lluvia
que me riegas las lágrimas,
a las abejas
que me dejan la miel
en la punta de la lengua,
a las macetas de los balcones de Barrio del Pilar,
a las castañas del otoño
y sus playas ficticias,
a las lavandas y los lirios
de los patios comunitarios
donde resuenan las pisadas de los niños,
a la arena de los parques
de los perros salvajes
y los dueños domesticados,
al indescriptible olor humano
que se palpa desde el trasporte público.
Ay Madrid,
vivir contigo es huir de ti.
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