domingo, 11 de diciembre de 2016

Finalizar por el principio.


Marcas de cuchilla sobre una piel intacta,
amanecer recostada en tus costillas mientras tiemblo,
el espasmo después del gemido
antes del grito,
el portazo
y el perdón.

Lo siento,
Siento no ser capaz de sentir nada más allá de la piel.

Ya sólo me saben a ti los besos que me das,
ya no soy capaz de correrme con tu recuerdo,
y en su lugar, corro de ti hacia el encuentro de mis fantasmas.

Si te fijas bien, todavía puedes ver el polvo en las estanterías,
sólo que ahora los cuervos bailan,
las pompas de jabón te estallan en la cara,
un duende te toca el lóbulo de la oreja
y un tren te recorre la espalda
dejando claro que descarrilará,
mañana.

Lo malo de hacerlo todo bien siempre
es que aún hay tiempo para equivocarse
y mandar a la mierda el decorado de luces perfectas y sonrisas de porcelana.
Lo malo de fallar siempre es que se te acumulan las lecciones entre matas de pelo y hojas secas,
y aún así no aprendes
nada.

"Caerás con la piedra tantas veces
necesites para aprender a saltarla”

y sigo cayendo.

Mi afición a la nostalgia tiene atracción al suelo,
a tus labios,
otros venenos baratos a los que recurrimos como amago de volar
y míranos las manos,
a rasguños y costras de sangre,
como diciendo que es suficiente por hoy
antes de rogar por una más.
Sólo una más.
La última.

Desde fuera somos la mueca que luego te preguntas qué quería decir,
la palabra nunca dicha que siempre recordarás,
las cartas que se perdieron aposta,
porque apostar todo a una única carta con la esperanza de poder ganar nos sabe a
utopía.

Andar hacia la cima
pero no querer llegar.

Si me hurgas dentro
estoy segura de que todavía puedes encontrarte,
probablemente perdido,
con esa mirada de crío de tres años que busca a su madre
en un parque donde ya sólo queda humo.

Tú todavía sigues estando, incandescente,
como apagándote,
pero con la suficiente fuerza para quemarme
si quiero recurrir a tus incendios.

La gente suele pasar de página,
romper el libro,
cambiarlo,
mandarlo a la mierda o
venderlo barato a cambio de un puñado de besos que puedan reemplazar tu ausencia.
Yo subrayo orgullosa tus frases,
releo hasta el espacio entre palabras,
los silencios,
los gestos,
las ganas.

Y me digo a mi misma que en verdad no querías irte.
Luego me rio yo sola de mi propio chiste
y vuelvo a recordarme que nunca estuviste aquí.

Torrentes de luz se esparcen por mis lacrimales
y las cuerdas de esta garganta gritan
que ojalá nadie me encuentre ahora que estoy rota.
Deshecha como un rompecabezas dejo de
buscarle sentido y sentimientos a esto,
y me concentró en tratar de olvidarte.

Las cerillas buscan al viento como
gritando que todavía queda gas,
pero él ya sabe que no lo suficiente
para prenderle fuego al bosque
y luego reclamar las pérdidas,
llorar los cuerpos sin nombre,
limar las asperezas.

Quedaba lo que había antes de ti
y no te atreviste a tocar.
Osea, quedan mis ganas de bailar en la cama,
de saltar entre llamas
y mandar a los dramas a la puerta de enfrente
para que luego nunca me encuentren,
dejar vacío el hueco del remitente en la carta.
Las ganas de besarme a mi misma
con esta sonrisa de idiota que se me pone
cuando me sonrío en el espejo
y me reconozco,
entera, valiente, libre
y sin ti, completa.

Ganas de gritar al mundo que mañana,
cuando acabe la fiesta,
me encontrarán despierta junto a mis amigas,
cantando a Pereza a pleno pulmón por Gran Vía.

Me quedan ganas como promesas a mi misma.

Nunca te atreviste a acercarte a esta parte
de mi que sabía a sueños sin cortar,
por miedo a cortarte, lo sé.
Siempre te fue más fácil decir que no
quedaba tiempo,
que no se dio la ocasión,
como si acaso fuera algo que se da
y no que se crea al creer.

Mis piernas tienen ganas a extraños,
ya lo sabes, me conozco muy bien,
y voy a dejar que entren
y miren cada cuadro,
podrán, también, hacerle fotos al desastre
y comprar souvenirs a la salida.
Podrán salir de mi sin hacerme daño.

A quien das la potestad de romperte
no debería darte un cheque en blanco.

Insisto.
Insinuar que existes al mismo tiempo que yo
en otra parte del mundo me sabe a insulto.

Por eso, todo esto,
hace tiempo que dejó de tener sentido.

Tendría que haberte dejado a ti con la duda
de si es verdad que el amanecer se ve mejor reflejado en mis pupilas.
Tendría que haber convocado una reunión a todos los que un día quisieron verme llorar
para avisarles de que tu despedida
marcaría el punto desde el que no lloraría más.

No te he dedicado ni una lágrima,
pero las letras me bailan solas cuando escuchan tu nombre,
cuando tu sonrisa es la que llama
y esta vez sí,
cojo el teléfono en lugar de colgarlo asustada.

Si suena poesía, nos quedará sangre,
y está sangre no sabe a metal,
sino a ti;
es decir, termina por no saber a nada.
Como un paladar vacío,
como la primera bocanada de aire
después del intento sin éxito de ahogarte,
como tener la palabra en la punta de la lengua
y la lengua en el lugar equivocado.
Como recurrir a escuchar tu voz en vídeos antiguos
porque ya no puedo recordarte feliz.

Te diría que estoy bien,
porque lo estaré dentro de poco,
pero de momento todavía tengo sangre,
Todavía hay poesía
y reproches
y fotos que me recuerdan que un día fui la niña más feliz del parque,
pero sobre todo me queda poesía
hablando de ti en un amago de no olvidarte
en este intento de perdón que sabe a huida.




1 comentario:

  1. Precioso Mónica. Este es mi preferido.
    A ver cuando publicas algo nuevo, que quiero leerte.

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